Cuatro coches amarillos en Tánger
Cuatro coches amarillos en Tánger
07_04_2011
Cuatro coches amarillos rompen el vacío aparcamiento de camiones en el desierto puerto de Tánger, ahora que el tráfico pesado y de mercancías se ha trasladado al nuevo puerto de Tánger-Med a 35 kilómetros al norte de este lugar. La bahía aguarda para volver a abrirse alas murallas de la medina y que el paseo marítimo conecte la nueva zona de desarrollo hotelero del cabo Espartel con las faldas de la Kashba a los pies del antiguo puerto. Un poco más arriba se encuentra la plaza del 9 de Abril, fecha que conmemora la independencia de Marruecos, y antesala del Gran Zoco. Un cruce de caminos donde confluyen los tránsitos de mercaderes, turistas, taxistas, niños camino de la escuela y hasta los difuntos que reposan en el cementerio cuya ladera baja a beber de la fuente.
Cae la tarde. Los contenedores de los barcos y los camiones han dejado su lugar a una noria asentada sobre una moqueta amarilla que recoge los restos del día en medio de la nada. Una cesta protege el acceso a las pequeñas cabinas que giran y giran sin llegar a alzar lo suficiente el vuelo como para asomarse al mar que queda detrás de unos edificios militares. Los tubos fluorescentes en azul y rojo dibujan una estrella junto a una caseta de tiro, donde otro círculo sujeta unas blancas tizas para ser derribadas. Arquitecturas improbables, azarosas, a dos escalas diferentes pero con la misma extraña e imperfecta belleza: “the hard core of beauty” que dijera Zumthor. El descanso llega en un remanso en la medina. Interiores que se esconden tras las angostas calles encaladas y tras los altos muros con pequeñas ventanas. Un edificio acostado junto al mítico hotel Continental, que utiliza de muleta la antigua muralla, que se asoma a la bahía de Tánger para escuchar el último canto del almuédano, o quizás el primero. Una casa donde las alcobas se ofrecen al patio, y donde la celosía le pone velo a corrientes y a intimidades. Una barandilla que como un moderno mocárabe devuelve la luz que atrapa el lucernario a las plantas inferiores. Fuera, la noche ha tomado el aparcamiento y una silueta construye la atmósfera de un espacio imantado. Y vuelve a vibrar el canto del muecín.
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